jueves, 26 de diciembre de 2013

No entres dócilmente en esa buena noche

No entres dócilmente en esa buena noche
que al final del día debería la vejez arder y delirar.
Rebélate, rebélate ante la muerte de la luz.

Aunque los sabios entiendan al final la oscuridad es cierta
como a su verbo ningún rayo a confiado vigor,
no entres dócilmente en esa buena noche.

Llorando los hombres buenos, al llegar la última ola
por el brillo con que sus frágiles obras 
pudieron haber danzado en una verde bahía
se rebelan, se rebelan ante la muerte de la luz.

Y los locos, que cogieron al sol en vuelo en sus cantares
y advierten, demasiado tarde, la ofenda hecha
no entran dócilmente en esa buena noche.

Los hombres recios, casi muertos y ciegos, saben
que los ojos pueden brillar como meteoros y ser alegres
se rebelan, se rebelan ante la muerte de la luz.

Y tú, padre mío, allá en tu cima triste
maldice o bendíceme con tus lagrimas fieras, lo ruego.
No entres dócilmente en esa buena noche.
Rebélate, rebélate ante la muerte de la luz .

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