domingo, 31 de enero de 2010

Sueño I

Tengo que escribirlo antes de olvidarlo. Porque cuando  se sueña con un deseo,  con una esperanza
cuando ese deseo cobra, apenas una forma es un momento gloriosamente silencioso.
Uno sabe que sólo está ahí ese mundo, esa porción de tiempo que no es que tal vez nunca sea, que se ha quedado suspendido en un espacio entre lo real y lo simbólico. Tengo que escribir sobre esto. Para hacerlo un poquito real. Para mirarme al espejo mañana y decir. Al menos estaba en mis sueños.

Soñé con un niño. Un varoncito. Era hijo tuyo. Pero era algo mío también. Y yo jugaba con él y él jugaba conmigo, (justo así como jugas conmigo). Nos hacíamos cosquillas. Nos dabamos besos. Amaba profundamente a ese niño. No sé porque. Sólo sabía que era tu hijo. Ya con eso me bastaba para amarlo. Pero no. Era algo más. Y el amor que sentía  por él jamás lo había sentido por ningún niño o niña.

Entonces miré su cara detenidamente. Y tenía tu sonrisa. Y tenía mis ojos. Y entonces supe. Porque vos apareciste también. Supe que ese no era sólo tu hijo. Era nuestro hijo. Porque nos miraste jugar. Nos mirabas mientras trataba de hacerlo dormir. Y te acercaste y le pusiste una sábana en la cabeza, jugando también. Y yo te besé. Y lo besé a él. Y nunca en mi vida fui tan feliz. 

Después me envené con mercurio. Corría de acá para allá. Para asegurarme que yo, sólo yo había tocado el mercurio del termómetro roto. Sentía la boca pastosa. El sabor del metal. Me lavé la boca, tal vez con una medicina. Tal vez. Y vos te quedaste cuidándolo mientras yo iba y venía. Luego me dijeron. Los médicos o una voz en el teléfono que todo estaba bien. Que mi hijo estaba sano. Que todo estaba bien. Nadie iba a morir. Me sentí aliviada. Y entonces me despertè.

Después recordé que el sueño comenzaba con un viaje. Un viaje en un tren antiguo. Mi hermano iba en el tren. Y hablábamos. Los vagones tenían el aspecto de la línea A. El olor de la madera antigua. Veíamos la noche clara a través de las ventanas abiertas. Estábamos atravesando un campo.  Mi hermano y yo sólo hablábamos. Estábamos felices.

Después recordé el sueño con el niño. Tu sonrisa, mis ojos. Es un deseo. Yo sé que es sólo un deseo. Yo sé que la realidad dista mucho de coincidir con lo que mi cabeza va armando como historias.No sé qué significa soñar con algo así. Y mi analista está de vacaciones. No sé qué significa. Sólo puedo decirte que fue hermoso. Fue un sueño hermoso. Y tal vez ese hijo  sea una nueva manera que nace entre vos y yo. Un puente que hemos cruzado.  Tal vez un camino que apenas estamos empezando a recorrer. Es un deseo. Es una esperanza. Y nada más que eso. Pero qué felicidad. El momento en que nos besamos los tres. Qué felicidad.

Yo tengo miedo.
No te voy a mentir. Tengo miedo. Tiemblo. Dudo. No sé cómo actuar. Me sorprenden las cosas. Me sorprende la claridad que este camino está tomando para mí. Como ese cielo detrás del vagón que huye. No puedo pronunciar ciertas palabras. Todo es como un conjuro. Siento que soy frágil, que voy a romperme. Siento que soy fuerte. Que mi frialdad es invencible. Que nada puede decirme que no.
Pero lo cierto es que tengo miedo. De abrirme. De herirme. De amar.
Porque no importa qué haya significado ese sueño, nada fue tan lindo como ese sentimiento que me abrazaba. Y era sólo mi imaginación. Lo sé. Pero que claro fue todo. Claro y silencioso. Como un secreto que me pienso llevar lejos. Dejarlo en el fondo de todo lo que sé o que conozco.
Porque he vuelto a ser la niña que teme decir lo que siente. Se lo debo al pasado. Al dolor. Pero también se lo debo a todo lo que quiero que sea diferente. Porque sólo así podré ser feliz. Como cuando te miro a los ojos. Como cuando te miro a los ojos. Te amo, y ese es mi secreto. Y nadie lo sabrá. Ni siquiera yo. Y prefiero que así sea. Te amo tanto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario